«A cualquiera de mis dudas y las de mi pareja respondieron con estudios, datos y hechos científicos.»

4 de la mañana. Me despierto por un leve dolor abdominal. Emocionada me doy la vuelta en la cama e intento dormirme un poco más. Hace dos dias salí de cuentas. Con un ligero sentimiento de triunfo ante todas la dudas de la ginecóloga me digo a mi misma: sí, lo he conseguido. He llegado hasta aquí, sintiendo las primeras contracciones de mi vida sin tener que pisar el hospital. Las contracciones vuelven al cabo de un tiempo y son ligeras, parecidas a una tensión abdominal. Molestas, pero controlable respirando. Voy al baño y delante del espejo me tomo la última foto de mi barriga maravillosa de 40 semanas de embarazo. Tengo la certeza de que hoy será el día de la nueva vida. Siento ilusión infinita, estoy emocionada y conmovida: Por fin he llegado a mi destino, a la meta que hasta ayer parecía inalcanzable. La meta de un parto natural, en mi nido, acompañada de los corazones que cada noche duermen conmigo.


Cuando me quedé embarazada por segunda vez
se removieron todas la experiencias traumáticas de mi primer parto (cesárea programada por indicación médica, nacimiento
de una niña con depresión respiratoria y posterior ingreso
durante 10 días en neonatología).

Esto me hizo replantearme seriamente mi idea inicial de un parto natural, suave y sin intervencionismos innecesarios, en un ambiente de confianza, apoyo y respecto.

8 de la mañana. He pasado las últimas horas en la cama con ligeras contracciones bastante regulares, conseguiendo dormir entre cada una. Alrededor de las 6 de la mañana hago saber a mi pareja que creía que estaba de parto y decidimos avisar a las matronas después del desayuno. Realizamos un primer aviso a Josune y Clara por whatsapp, indicándome ellas que haga “vida normal”, a sabiendas que esto podría tardar muchas horas. Estoy muy segura de que no pasaremos de la próxima noche por lo cual descarto la propuesta hacer “vida normal”. Mi rechazo a aquella indicación me hace sentirme aun más segura de que no pasarán muchas horas hasta que nazca nuestra hija. Procedemos a cronometrar las contracciones durante una hora (es la última y única vez que registramos las contracciones durante el parto): llegan en intervalos de entre 3 y 5 minutos. Cada vez son más intensas y empiezo a alzar mi voz, consiguiendo así sincronizarme con las contracciones. Sigo mayoritariamente en la cama y entre cada ola que me sacude consigo conciliar un sueno ligero. En la cocina están desayunando mi pareja, mi hermana y mi hija. Mi cuerpo rechaza cualquier ingesta de comida. Solo siento una sed tremenda. Qué sabiduría del cuerpo!

Mi decisión de buscar atención domicilaria de partos se basó principalemente en la ausencia de alternativas. Las dos unidades de maternidad disponibles en mi zona no me habían podido transmitir la seguridad que nesecitaba sentir para poder parir en sintonía con mis propios ritmos. Tampoco había existencia de casas de partos o semejantes instalaciones.

Cuando encontré a Josune y Clara estaba ya de 24 semanas y había averiguado todas la posibilidades de asistencia de partos a domicilio en Bizkaia. Por distintas razones no había nadie en el teritorio bizkaino que tuviera tiempo en las fechas previstas, por distintas razones. Tras conversaciones por teléfono y mensajes con Clara, las dos accedieron a atendernos en Getxo, a pesar de que eso conllevara un trayecto de 1 hora en coche. Acordamos un primer encuentro en Donosti.

12.30 horas. Las últimas horas las he pasado acostada en la cama, paseando por el piso, me he sentada un par de veces en la pelota, pero siempre vuelvo a la cama. Es la postura más reconfortante para mi, que me deja descansar entre las contracciones. No sé en que ritmo vienen las contracciones, tampoco le doy mucha importancia, solo siento que todo va bien . Así pasan las horas. Mi hermana está con mi hija, han dado un paseo y parece que las dos lo están llevando bien. Yo estoy tranquila. Estoy dilatando bien, lo noto (y no sé describir cómo, ni en qué se nota).

Cuando voy al baño suelto algo de mucosidad pardusca y concluimos que sería el tapón mucoso (tan distinto a la cosa que me había imaginado). Por whatsapp lo hacemos saber a las matronas y nos aseguran que todo va en buen camino. Hablamos un ratito por teléfono, hasta que una nueva contracción me impide seguir la conversación, pero les hago saber que aún no siento la necesidad inmediata que vengan. 


Las contracciones aumentan en intensidad.
Mi voz interior cada vez es más fuerte y el gritar me alivia.
Siento que se abren mi cuerpo y mi mente.

Mi pareja empieza a preparar el nido en el salón, mientras mi hermana y mi hija duermen la siesta: cubrimos nuestro rincón en el salón con una sábana impermeable, ponemos música, encendemos velas y un incienso. Recuerdo la intensa necesidad de parir en oscuridad y bajamos las persianas. Me tumbo en el colchón sintiéndome como un animal retirado en su cueva, y envuelta en los sonidos y la oscuridad me dejo llevar por el instinto.

Recuerdo el primer encuentro con Josune y Clara. Simpatía a primera vista, pero la simpatía no anuló las dudas respecto a mi idea de un parto en casa. ¿Y si tuviera un sangrado imprevisto? ¿Un desgarro uterino? ¿Y si mi nina naciera deprimida y habría que ir al hospital? ¿Llegaríamos a tiempo? ¿Y si el estreptococco B no se negativizara (estaba EB positiva): tendría que ir a parir al hospital para que me administrasen ATB intravenoso? A cualquiera de mis dudas y las de mi pareja respondieron con estudios, datos y hechos científicos, cosa que me calmó y ayudó a tomar una decisión basada en el conocimiento. Había llegado al encuentro con Josune y Clara con la idea de que al fin y al cabo iban a convencerme de que mi decisión era la correcta. Pero no fue así. 


Luego entendí que en el caso especial que es un parto
no había decisión universal correcta: solo había una decisión
personal de cada mujer en su respectiva situación. Lo que ahora
suena muy lógico, en su momento no lo era para mí.

15.30 horas. Durante una de las contracciones expulso agua caliente. He roto aguas. Grito de sorpresa y alivio y llamo a mi pareja. Noto que la presión en mi abdomen cambia de matiz. La fuerza de la vida me sacude, me hace gritar desde lo más profundo de mi ser. No sé si grito por la presión que siento o por alegría y euforia. Poco después pregunto la primera vez por las matronas: mi pareja me hace saber que están en camino. Mi hija se ha despertado de la siesta y empieza a llorar ante mis gritos estremecedores. Ya no soy capaz de atenderle ni explicarle con empatía lo que está pasando con su mamá. Necesito estar sola, y pido a mi hermana que diera un paseo con ella.

Ellas dejan el piso y me quedo a solas con mi pareja, pasando las contracciones y a la espera de las matronas. Aunque no pienso mucho en ellas ya que me siento envuelta en mi mundo donde no cabe otro enfoque que el centro de mi cuerpo. No siento miedo. Me encuentro en un espacio sin fondo, donde se anulan las leyes de gravedad. Parece el centro de la tierra. Es el centro de mi ser.


Mi naturaleza que funciona sin que haga uso de mi razón.
Mi cuerpo que funciona a la perfección. La vida que nace
sin que yo haga nada. Todo fluye. Y me dejo llevar.

No he vivido nada más espiritual en mi vida. Y recuerdo las palabras de una conocida: “Al final somos un mamífero más.”

Antes de irnos de viaje a Camerún, yo estando de 7 meses, tomamos la decisión definitiva de seguir adelante con la idea de un parto en casa. Durante el viaje enfrento mis miedos por cualquier posible peligro durante el parto, y es un trabajo intenso no dejarse vencer por los miedos. En cada momento de dudas y sustos Josune y Clara están allí, al otro lado del teléfono: con su mezcla perfecta de conocimiento, estudios científicos y su confianza intocable en la fuerza del cuerpo de la mujer consiguen calmar las olas de miedo y dar un paso más hacia el gran día. Me preparo bien, tomo tés, probioticos, aplico el ajo para negativizar el estreptococco (que al final no lo conseguimos y decidí asumir los riesgos de un parto en casa), dejo de trabajar un mes antes para poder descansar y disfrutar el tiempo que queda a solas con mi primera hija. Tres días antes del parto llega mi hermana desde Alemania y con ella en casa me siento preparada.

16.30 horas. Llegan Clara y Josune. Entran suavemente. Josune me acaricia la cara, recuerdo su voz animándome, llena de ilusión. Clara me asegura de que todo va bien. Sigo acostada en el colchón. Estoy bien protegida. Nos hemos podido conocer en varios encuentros, ellas saben que quiero y que puedo. Josune se acerca a mi cara y me indica, tal como lo habíamos hablado anteriormente, que transforme mi grito en un burbujeo de mis labios. Es una lucha contra el impulso de gritar pero lo consigo. Requiere cierta concentraccion pero alivia. Mi pareja está sentada detrás de mí, como una roca que agarro cuando me sacuden las olas de tensión. La hora posterior a la llegada de las matronas se ha grabado en mi ser. A pesar de no disponer de recuerdos cronológicamente ordenados se mantienen las emociones y las sensaciones: la entrada de la cabeza en el canal de parto. El ir y venir de la cabeza dentro de mi cadera. El momento que se acerca la cabeza a la salida y la quemazón al traspasarla. Los besos de mi pareja en mi frente. Los ojos de Josune que hacen centrarme. La saliva en mi cara por burbujear tanto, el sudor, la fuerza con la cual agarro la mano de mi pareja. La cabeza de mi hija entre mis piernas, caliente, sintiendo como se mueve. Unas contracciones más tarde expulso el cuerpo caliente y húmedo y escucho su llanto.

17.45 horas. Aquella tarde soleada de domingo nace Anaëlle. La recibo acostada de lado con la pierna doblada. Teniendola encima de mi pecho, escucho sus primeros gritos de la vida.


Su cuerpo caliente, ligeramente morado, sus dedos largos, el cordón umbilical que aún nos une. No recuerdo cuánto tiempo pasa hasta que el cordón deje de latir, solo recuerdo mi pareja cortándolo.

Y este indescriptible olor a cuerpo, sangre, líquidos corporales, vida. Entro en un estado casi hipnotizado, solo vivo sensaciones, lejos de tiempo y espacio.

21.30 horas. Las últimas horas hemos intentado dar a luz a la placenta. He ido al baño, me he duchado y a pesar de todos los intentos “alternativos” no expulso la placenta. Finalmente recurrimos a la tracción controlada del cordón y me doy cuenta que me había resistido a la expulsión de este órgano pensando que dolería menos (porque sí duele parir la placenta, es el último dolor del parto). Tras 4 horas podemos registrar el alumbramiento. Alegría. Felicidad. Euforía posparto. Hormonas. En fin: Oxitocina.

23.30 horas. Josune y Clara se despiden y en silencio cierran la puerta de nuestro piso. Nos dejan en familia a cuatro. Se van, pero su legado sigue aquí entre nosotros.


No sólo han asistido a recibir esta nueva vida:
han ayudado a una mujer a recuperar la confianza en la fuerza de la naturaleza. Gracias por informarnos, acompañarnos y respetar nuestras decisiones. ¡Gracias por haber estado allí!

 

Elisabeth, Jean Paul, Catherine, Anaëlle y Dorothea.